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Datos biográficos
Nací en Xalapa, Veracruz, México, el 27 de mayo de 1940.
Estudié ingeniería en la Universidad de Princeton (1960-1962). Me interesé en la Astronomía, la Literatura, la Evolución, la Historia, la Arqueología, ...
Aprendí a programar computadoras en 1960, y me dediqué al desarrollo de software en diversos lenguajes de programación. Me retiré de esa profesión en el año 2000.
Vivo actualmente en la Ciudad de México, en austeridad, en un pequeño departamento.
En avión, en automóvil, en autobús y a veces en tren, he recorrido casi todo México (particularmente el sureste maya) y mucho de USA y Canadá. Me gusta leer, escribir, tomar fotos, tocar el piano, ... He publicado fotos, presentaciones en pps y/o documentos en Google Earth, flickr y scribd.
Encuentro en la Wikipedia una gran oportunidad para poder contribuir al crisol del conocimiento y participar en la Gran Conversación del extraordinario Ser Humano.
Estoy aprendiendo a ser wikipedista. Espero serlo cuando menos durante los siguientes 13 años, hasta que cumpla los 80.
—William 15:45 13 ene 2008 (UTC)
Artículo autobiográfico publicado en el Diario de Xalapa (Octubre, 2006)
"Un náufrago xalapeño a la deriva" -- una especie de Ulises xalapeño llevado por las brisas y las tormentas, a lugares y circunstancias que nunca imaginó ni planeó. wkboonec@gmail.com
Me llamo William Kenneth.
De niño en Xalapa me decían Billy; a veces Guillermo, pues todo el mundo sabe que ésa es la traducción al español. En la secundaria en México algunos amigos me decían “Flaco”. Estudiando en USA me llamaban Bill, que a mí siempre me ha costado trabajo pronunciar. Mi esposa me decía Bililí y a veces “Guajolote” o cosas por el estilo. Unos primos y amigos me empezaron a llamar Kenneth. Cuando me divorcié y me encontré con “el amor de mi vida”, ella me llamaba su “amorcito lindo”. A últimas fechas, cuando hablo por teléfono y me preguntan que quién habla, les digo que habla William.
Por mi genealógica línea Boone (siempre paterna), mi tatarabuelo, mi bisabuelo, mi abuelo, mi papá, uno de mis hijos y ahora uno de mis nietos, nos hemos llamado William. Decimos que es por tradición; otros dicen que es más bien por falta de imaginación.
Mi acta de nacimiento dice que llevo por nombre William Kenneth Boone Canovas, y que nací en Xalapa el 27 de mayo de 1940. Mi acta de bautizo añade los nombres de Guadalupe y Francisco de Paula con los que mi abuelita Tita insistió -- logrando su propósito -- en bautizar a todos sus hijos y nietos, Para efectos xalapeños, fui el tercero de los William K.
Heredé el aspecto anglosajón de mi ascendencia paterna. A cualquier lugar turístico a donde voy, me hablan en inglés y me tratan de vender un tiempo compartido o algo similar. Claro que ponen cara de sorpresa si es que se me ocurre responder – en español y sin acento extranjero -- que soy de Xalapa, Veracruz, que entiendo y hablo el inglés pero que lo aprendí después de los 18 años de edad,.y que soy descendiente de cinco generaciones de mujeres que vivieron en Xalapa durante casi 200 años, típicamente casándose con hijos de extranjeros, recién llegados de Cuba, España, Italia y USA.
Si me piden que les explique que cómo es eso, les continúo diciendo que, gracias a la monumental tarea de investigación histórica y genealógica que ha hecho mi hermana Carmelita, durante algo así como los últimos 12 ó 15 años, les puedo platicar mucho de mis antepasados y cómo fue que llegaron a Xalapa:
Ascendencia siempre materna
(Algunos apellidos que he ido perdiendo, mientras que -- irónicamente -- por esta herencia recibo la mayor parte de mi material genético)
1) Sinforosa Amador Noriega (1788-1841), la bisabuela de mi abuela, nació en lo más remoto del noroeste de la Nueva España. Sabemos ahora que era hija de Pedro Amador, originario de Cocula, quien llegó a Loreto, en la Antigua California, como soldado, y de su esposa Ramona Noriega, nacida en aquel Loreto, quien era hija de Ramón Noriega, originario de Cosalá. Este Ramón la hizo de minero, de mayordomo de misión jesuita (algo así como el capataz) y también de soldado en la Antigua (Baja) California. Sinforosa -- que se había casado a los 12 años de edad y tuvo a su primera hija como a los 14, allá lejísimos en el “Presidio” que ahora es monumento histórico, desde el que claramente (cuando no hay niebla) se ve el puente “Golden Gate”, la isla de Alcatraz y la Bahía de San Francisco -- llegó a Xalapa alrededor de 1805 con su primer esposo, el también soldado virreinal Miguel Mendoza, con quien tuvo varios hijos Mendoza-Amador. Viviendo ya en Xalapa fue que enviudó, aquí se casó por segunda vez con el Dr. José María Pérez quien había llegado de Cuba como integrante de la expedición mundial que trajo a México la vacuna del Dr. Balmis; aquí nacieron varios más de sus hijos Pérez-Amador, y aquí murió – su tumba debería estar en el Cementerio Antiguo de Xalapa, pero no la hemos localizado.
2) Monserrate Pérez Amador (1814-1885).
3) María de los Ángeles Quirós Pérez (1842-1921): hermana de Concepción, mi tía Conca, la de la famosa Escuela Industrial que lleva su nombre.
4) María Teresa Güido Quirós (1884-1977): mi abuelita Tita.
5) María del Carmen Canovas Güido (1910-1970): mi mamá.
Ascendencia siempre paterna
Boone: el único de mis tantos apellidos que he conservado, además del Canovas, y heredado a mis hijos)
Mientras tanto, por el lado paterno, tres hermanos salieron de Inglaterra a principios de los 1700s y se asentaron en las inmediaciones de Filadelfia, de donde se fueron desplazando, generación tras generación, generalmente cada vez más hacia el oeste y hacia el interior del continente. Uno de aquellos tres jóvenes es mi antepasado; otro es el padre del famoso Daniel Boone. Para fines del siglo XIX, una rama se había establecido en la región que llaman del medio oeste, en las cercanías de Cleveland y Chicago. Entre aquellos pioneros, una cierta tía Mary Boone se casó con un cierto señor de apellido Lincoln, y fueron los abuelos de un tal Abraham que fue presidente de USA.
Mi abuelo Boone -- quien sería denominado “el más xalapeño de todos los extranjeros”, supongo que por Don Rubén Pabello Acosta -- dejó sus estudios así como a sus padres y hermanos en Lima, Ohio, y llegó a Jalapa (así con J, como se escribía en aquel entonces) en 1898, a la edad de 22 años y casi sin hablar español, a trabajar como instructor en la planta de electricidad de Texolo, – eran tiempos de Porfirio Díaz y de Teodoro Dehesa. Inicialmente estuvo por aquí sólo un par de años, luego regresó a los USA, trabajó un tiempo como ingeniero eléctrico en minas de California, le ofrecieron y aceptó la gerencia de la empresa jalapeña, se casó con su novia de su pueblo natal (Lima, Ohio), y se la trajo a vivir a Jalapa. Aquí vivieron prácticamente el resto de sus días, él trabajando para la Jalapa Railroad and Power Company (JRRPC) que operaba el “Piojito”, aquel nostálgico tren de vía angosta que “pita y pita y caminando” llevaba naranjas, café, azúcar, pasajeros y algo más entre Jalapa y Teocelo; la empresa también operaba la planta de luz de Texolo.
Aquí nació mi papá, pero sólo venía en vacaciones pues la turbulencia de la revolución hizo que su mamá y él se refugiaran con parientes en USA, y allá vivió toda su vida estudiantil. Aquí en Jalapa estaban sus mejores amigos y aquí fue que mi mamá y él se hicieron novios, y aquí fue que se quedaron a vivir, después de casarse en la Ciudad de México.
Mi papá (1908-1988) y mi mamá (1910-1970) decían de broma que eran “hermanos de leche”, ya que fueron amamantados por la misma nodriza, Además, ambos fueron recibidos a esta vida por el mismo doctor, Sebastián Canovas y Pasquel, mi abuelo materno.
Los recuerdos de mi niñez
Los recuerdos de mi niñez en Xalapa tienen que ver con una vieja casona en la calle de Juan Soto, que ahora es un restaurante, en la que nacimos mi hermana y yo; luego, con una de las primeras casas que se construyeron en la Calle de Coatepec, en el Fraccionamiento Veracruz, cuando recién se abrió la Avenida Ávila Camacho; y por último con la antigua casa de Alfaro, que había sido la de mi abuelo, en la que el Club Rotario de 1946 dedicó una placa a su memoria y que el mismo Club Rotario, pero de 1994, re dedicó para conmemorar los 50 años de aniversario de su muerte.
Mis recuerdos también tienen que ver con paseos en el Parque Juárez, tomado de la mano de una cierta niña, bajo las entonces aún relativamente jóvenes araucarias a las que yo no les prestaba tanta atención como lo hacía mi mamá, quien las conocía desde que ella era niña, cuando las araucarias ya tenían muchos años de estar por acá – tengo entendido que llegaron a Xalapa en 1892, desde la Patagonia, como regalo del embajador de Chile a Porfirio Díaz, para inaugurar el Parque Juárez como parte de los festejos por los 400 años del primer viaje de Colón.
…y mis recuerdos también tienen que ver con Los Berros, en donde aprendí a andar en bicicleta, pedaleándole y haciéndola rodar sobre la hojarasca de las hayas, a las que tampoco les hacía yo mucho caso. Y con el recuerdo inolvidable del tintinear que hacían los golpes metálicos de cadenas de los volantines y de los columpios.
… y con el Colegio Clavijero, y con el de Lolita Arzamendi en la calle de Lerdo, ahora llamada de Xalapeños Ilustres, y con mi uniforme caqui militar, de corbata negra, que usábamos en la secundaria los que íbamos a “la Prepa”.
… y con excursiones a Coatepec y a Xico, y a las cascadas de Texolo – lugar que para mí ha sido como un santuario familiar, por el recuerdo que me trae de mi abuelo, … y con ir a nadar a Puente Nacional, y que luego nos deteníamos a comer garnachas en Rinconada, cuando veníamos de regreso. Recuerdo muy bien la delicia que era meterse en la “perfecta” temperatura del agua de ése que nos parecía ser el más hermoso balneario del mundo, en comparación con las heladas aguas del balneario La Playa, allá por atrás de Los Berros, en donde entrenábamos los del equipo de natación, antes de pasarnos a las también heladas aguas de una presa en lo que es ahora el Fraccionamiento Las Ánimas,
… y con las idas al cine, al Radio o al Lerdo (ya que me prohibían ir al del callejón del Diamante), las colas que se hacían los domingos para la función de la tarde, los programas triples de los miércoles, y las películas de terror o de acción que se proyectaban en “epísodios”.
… y con muchas trepadas al Macuiltepec, y la gran expedición de ascenso al Cofre de Perote, con integrantes del equipo de natación, que fue cuando conocí el mal de montaña: recuerdo bien que me dio dolor de cabeza, mareo, debilidad, vómito, y diversos otros malestares; ya no quise saber más del propósito que nos había llevado hasta esas alturas, y le pedí a Toño Murrieta que me dejaran acurrucado, ya no sé si fue junto a unas rocas o si fueron pinos, y que me recogieran al regreso. Claro que así no iba a quedar mi humillación ante la montaña: algunos años después, ya viviendo en México, regresé con mi primo José Antonio y nuestro buen amigo Poncho, y los tres conquistamos fácilmente la cumbre, habiendo iniciado el ascenso la noche anterior, desde las afueras de Perote. Habiendo saldado aquel asunto, subí después alegremente a muchos cerros y montañas que se cruzaron en mi camino: el de San Miguel, el Ajusco, el Nevado de Toluca, el Popocatepetl, el Cerro de la Bufa y el de los papalotes de Valle de Bravo – cuando intenté el Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba me tropecé con mi viejo conocido, el mal de montaña, y ahí he dejado esas dos tareas pendientes.
… y con “batallas” amistosas de todos contra todos, arrojándonos esas “piñas” que dejan caer los pinos en el bosque, cuando los Boy Scouts íbamos de campamento, allá por el rumbo de Las Vigas.
… y con el muy exitoso equipo de natación, las competencias que hubo en Xalapa y las “giras” que hicimos a otras ciudades como Orizaba, Córdoba, Veracruz y el D.F. – poco antes de que Eulalio Ríos y Toño Murrieta le dieran fama internacional a la natación xalapeña.
… y con los carnavales, cuando nos disfrazábamos con “capuchones” negros que nos cubrían de pies a cabeza, y corríamos por las calles haciendo inocente travesura y media, y nos rociábamos unos y otros, y también a extraños, con nuestras pistolitas de agua.
… y con papalotes que yo mismo aprendí a fabricar, con varillas de carrizo y papel de china de colores que hicieran juego entre sí, y que hasta un zumbador le poníamos al frente, con su cola de tiras de trapo a la que había que colocarle una navajita que cortara el hilo del “rival” en caso de que nuestras cuerdas se llegaran a cruzar – lo que más bien ocurría con toda mala intención.
… y cuando el cielo se ponía extremadamente azul, y el sol “picaba”, y veíamos cómo las nubes se desbordaban sobre la sierra de Alto Lucero y de Naolinco, y al día siguiente soplaba el “norte”, y sobre nuestro jardín caía una que otra hoja de la altísima palmera que sembró mi abuelo, sabiendo que luego llegaría la neblina y el chipi-chipi. Y sabíamos que si la niebla de la noche era seca, habría clima despejado al día siguiente.
… y las noches despejadas, de cielos “estrelladísimos”, en las que mi padre me habló de algunos de los misterios insondables del universo, y me enseñó a identificar a los planetas, y a la Vía Láctea, y a conocer a muchas de las estrellas por su nombre; cuando él sacaba un fino telescopio de su estuche y lo llevábamos al patio sobre un tripié, y lo apuntábamos a Júpiter o a Saturno, y observábamos las lunas y los anillos de esos otros mundos.
… y con el Casino Xalapeño, y nuestras carreras alrededor de la mesa de ping-pong, recogiendo la raqueta, golpeando la pelota y azotando la raqueta para dejarla de regreso en la mesa, corriendo y tropezándonos para llegar a contestar la bola desde el otro lado, cuando jugábamos “maquinitas”; y las mesas de “pool” y de carambola que frecuentaban aquellos que llamábamos “vagos”. Y que ahí bailé por primera vez con una niña, sintiendo despreocupadamente mi cara arder y enrojecer bajo el disfraz protector del carnaval.
… y con las noches frías de chipi-chipi en invierno en las que “Granny”, mi abuelita americana, encendía su chimenea y me invitaba con ella a armar rompecabezas y a jugar un juego de cartas que pudo haber sido el de “Corazones”, y de aquella vez que le hice trampa, escondiendo una carta (nada menos que el fatal As de corazones) que distraídamente me llevé en la bolsa del pantalón y que luego devolví, pero que continuamente esa carta me recordaba mi travesura, ya que quedó para siempre marcada con las acusadoras arrugas.
…y con la caja fuerte, empotrada en la pared, en la que mi abuelita guardaba sus chocolates, pero que yo le espié la combinación, en una ocasión que ella la abría, y me la aprendí de memoria, y que así le estuve disfrutando de sus preciadas golosinas por largo tiempo.
… y con una carrera de “carretones”, armados como coches de juguete con patines, que creo debe haber sido celebrada para inaugurar la Avenida Ávila Camacho allá por el año 1952.
… y con los cantos de “La Rama”, que decían algo de las “naranjas y limas, limas y limones”, en la época de las posadas.
… y con el Padre Ruiz de Catedral, que nos daba calambres pellizcándonos en el tendón del codo. Y el Padre Lorenzo que daba misa en la iglesia de La Compañía (El Beaterio), los domingos, creo que a las 11 y media, y que una vez se la cronometramos en tiempo récord de algo así como 11 minutos, después de su animado y larguísimo sermón de costumbre, al que los fieles aplaudíamos con nuestras risas y carcajadas.
… y de todos los buenos amigos y amigas de aquellos buenos viejos tiempos, que ocasionalmente nos encontramos por aquí y por allá.
… y de tantos otros recuerdos que habré de llegar a relatar algún día.
—William 16:29 13 ene 2008 (UTC)
Algunos de los libros que he leído
(continuando)
Siempre me ha gustado y he disfrutado mucho la lectura.
Mi papá me orientó a que leyera yo mucho de niño: Tom Sawyer, Robin Hood, casi todas las novelas de Julio Verne, muchas de las de piratas de Emilio Salgari, las 14 ó 16 de Tarzán que escribió Edgar Rice Burroughs, Robinson Crusoe, Los tres mosqueteros, muchos cuentos de Las mil y una noches, casi todo El tesoro de la juventud, etc. Mucho me platicaba mi padre de los clásicos: La ilíada y La odisea, las historias de Herodoto y de Tucídides, las tragedias, comedias e historias de Shakespeare, …
Mi primo Enrique me introdujo a las novelas de Doc Savage, las del Halcón Negro, y la colección Bazooka que glorificaba las hazañas de los ejércitos aliados después del desembarco en Normandía y de las exitosas campañas militares en Europa y en África, durante la 2ª Guerra Mundial.
Un buen amigo me regaló su colección de novelas de Ian Flemming que trataban de las aventuras de un sofisticado agente británico de espionaje, del que después harían tantas películas, protagonizadas por tantos diferentes actores.
Ya entrado en la edad adulta, en plenas crisis existenciales, encontré a Don Quijote de La Mancha, a Moby Dick, a La guerra y la paz (de la que he alcanzado a leer casi la mitad), al mexicanísimo Juan Rulfo (Pedro Páramo y El llano en llamas) y a los sudamericanos Gabriel García Márquez (Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera) e Isabel Allende (La casa de los espíritus), entre otros.
Actualmente mantengo mi ejemplar de Los Hermanos Karamazov abierto al final del capítulo 4 del “libro” 2, saboreando lo que estoy enormemente disfrutando al haber “descubierto” a este Fyodor Dostoevsky.
Mis aficiones a tocar la armónica, a los viajes y a escribir (iniciando con cierta carta de amor que escribí a los 17 años), estuvieron algo así como dormidas, hasta que me las autorreceté como terapia, en aquella época en que se me vinieron encima las crisis existenciales. Tenía yo más de 50 años cuando decidí dejar todo lo que estaba haciendo, atesté mi coche con equipo de campamento, mapas y brújula, y me lancé a conocer sitios lejanos, recónditos y despoblados, tocando mi armónica y escribiendo una especie de diario sobre mis dramas, angustias y desesperación.
La Divina Comedia
En ésas andaba cuando me tropecé con el El infierno de Dante. Sólo he leído el inicio del primer párrafo, pues mi interpretación me deja impactado y reflexionando sobre cómo llegue a donde estoy y cómo le he venido haciendo para salir.
A continuación copio texto en italiano (que no domino) que extraje del internet, pues he encontrado que las grandes obras literarias (como en el cine) se disfrutan más en su original que en "doblajes". http://it.teknopedia.teknokrat.ac.id/wiki/Divina_Commedia:
Nel mezzo del cammin di nostra vita, mi ritrovai per una selva oscura, che la diritta via era smarrita.
Y copio traducción al español (versión que encuentro la mejor de las que conozco, pues también he aprendido que puede haber muy buenas y muy malas traducciones) http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/dante/dc1.htm
A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado.
Una de tantas maneras que intenté para encontrar el camino perdido -- y con la que he tenido éxito -- fue escribiendo. Primero una especie de diario, para distraerme y entretenerme, desahogando así mi angustia existencial. Luego evolucionando hacia la belleza de lo trivial y cotidiano, buscando el buen humor y lo valioso en lo que podría parecer adversidad.
Y me fui, lejos de Veracruz
Nos fuimos a vivir a México en 1955, cuando yo tenía 15 años y mi hermana tenía 12. En 1959 nos fuimos a pasar un par de años a Brenham, Texas, al año siguiente yo me fui de interno un par de años a la universidad (entre Filadelfia y Nueva York), y luego regresamos todos a México. Poco después me casé. Tuve cuatro hijos. Después de 20 años me divorcié. Y entonces me enamoré. Y luego me quedé como perrito sin dueño. Todos mis hijos se han casado y ahora tengo ocho nietos [al revisar esta edición en 2023, el número de nietos ha aumentado a 9].
En diversas épocas, además de Xalapa y el DF, me ha tocado vivir en un pequeño pueblo vaquero en Texas, en la exclusiva y sofisticada universidad de Princeton en Nueva Jersey, en el extremoso clima de Hermosillo, en el turístico Acapulco, en el polvoriento Torreón, en Houston, en Nueva York, en Zacatecas, en Valle de Bravo, en el recién huracanado Cancún, …
Mi automóvil me llevó por carreteras, caminos y veredas a playas y montañas, desiertos y bosques, llanuras y barrancas. Fui a dar por el norte hasta Vancouver en Canadá, y por el sur anduve visitando cuanta ruina maya me iba encontrando en el camino, desde las de Palenque en Chiapas hasta las de Copán en Honduras, y recorriendo cuanta playa desierta permitía instalar mi tienda de campamento.
Cuando mi coche desapareció “misteriosamente” del sitio en donde lo había yo dejado estacionado la noche anterior, al pie de mi pequeño departamento en la colonia Campestre Churubusco de la ciudad de México, …bueno, sí tuve que hace un cierto esfuerzo mental para enfrentar la realidad, aceptar lo que ya no tenía remedio, reprogramar mi actitud para controlar mi conducta, no dándole tanta importancia a la circunstancia, y poco a poco fui descubriendo el placer de no tener que usar automóvil en la ciudad y de viajar en metro y en autobuses. No he tenido que preocuparme del pago de tenencias, ni de las verificaciones, ni del “no circula”, ni de los cambios de bujías y afinaciones, ni de tanto más que aplica al caso. Durante varios años tuve una buena moto Kawasaki KZ650, y una vez me fui en ella hasta Acapulco. Se la dejé a uno, y luego la usó el otro de mis hijos. Los tres sobrevivimos a varios sustos con solo raspones, y conservamos algunas fotos de recuerdo.
De una manera o de otra, he recorrido casi toda la República y he arrastrado mi mochila por muchos de sus pueblos y ciudades.
Naufragios
Dicen los marinos que un velero anclado y bien amarrado a un muelle, a salvo de viento y marejada huracanada, está bien protegido – mejor aún si está en dique seco, retirado del agua. Pero que eso no es para lo que un velero está hecho.
Yo me lancé a navegar por los mares de la vida, temerariamente me metí en aguas turbulentas y en tempestades, y claro que naufragué – varias veces.
Puedo describir mi vida como una serie de naufragios: casi todo lo verdaderamente “importante” que me propuse hacer en serio, queriendo llevar una vida convencional, por lo que mis padres y la sociedad en general me hubieran hecho sentir orgulloso, terminó en gran fracaso: de niño aspiraba al Premio Nóbel en física nuclear (pero no le entendí al cálculo integral ni al diferencial), tenía ilusión de jugar de jardinero izquierdo con los Yankees (pero no medía yo bien los elevados cortos), tuve gran oportunidad de hacer estudios académicos (pero reprobé Economía y Alemán en Princeton, y me retiraron una indispensable beca), intenté ser profesor universitario (pero a los tres años ya le había perdido la paciencia a los alumnos), tomé cursos de electrónica por correspondencia (pero no pude jamás hacer que funcionara un pequeño radio que había que armar), matrimonio (que claro que terminó en divorcio), actividad profesional programando computadoras (que me volvió más neuras de lo que ya era), haberme encontrado al amor de mi vida (mejor ni comento cómo me fue con aquello),...
Menos mal que ahora me río.
Rescate
Sobreviví a todo ello, de milagro, diciéndome a mí mismo, y convenciéndome finalmente, que nada es para tanto, que no hay que tomar tan en serio la vida, que si llegan los éxitos (particularmente los de fama y dinero), pues qué bueno; y que, si no, pues que hay que tomar las cosas con filosofía y buscarles el lado amable – siempre, desde luego, haciendo un esfuerzo razonable, dentro del límite personal de las fuerzas, los gustos y las habilidades de cada quien.
Poco a poco, paulatinamente pero con paso firme dado en la dirección correcta, los apapachos que recibí de mis hijos e hijas me fueron haciendo recuperar el equilibrio. También contribuyeron substancialmente los libros que leí al respecto de las crisis de la edad adulta, y mis grupos de neuróticos anónimos, y mis sesiones de terapia, y ciertos antidepresivos que me recetaron en el Instituto Nacional de Psiquiatría, y muchos de mis familiares y amigos, y muchos otros recursos a los que acudí en busca de guía y de ayuda.
Descubrí otro remedio que me ha parecido ideal para mí: una vida sencilla, en austeridad limitada por unos mínimos ahorros, dedicándome a lo que más me gusta y más disfruto, como es tocar la armónica y convivir con mis nietos. Y escribir.
Y toqué y toqué, la armónica y la guitarra. Y viajé a uno y otro lado – en avión, en coche, en autobús, en tren,... y hasta pensé hacer un largo recorrido en bicicleta, como de Cancún a México. Subí cerros y montañas. Crucé desiertos y mares. Anduve por cañones y barrancas. Bajé ríos en balsa. Gasté bolígrafo tras bolígrafo, y llené y llené -- y acumulé -- un centenar de cuadernos de notas.
En las etapas de pausa, por ahí de mediados de los 1990s, cuando me quedaba reposando en casita, por el Yahoo Messenger y el ICQ hice grandes amistades, que mitigaron mis horas de soledad y de tristeza. Durante un par de años, cada que encendía yo la computadora me encontraba como en medio de una gran fiesta, entre alegres y comprensivas mujeres de lugares remotos, desde Canadá a la Patagonia, y alrededor del mundo; y tan exóticos como Nueva Zelanda, Rusia, Turquía, Islas Canarias, ... De aquella época en que iniciaban las relaciones cibernéticas, conservo pocas pero muy selectas amistades, a las que valoro muchísimo, que conocen de mis penas y de mis alegrías, con quienes he tenido conversaciones y vivencias extraordinarias, entre las que hay dos que me quedan muy lejos, pero que espero algún día llegar a visitar y conocer personalmente. El correo electrónico – a mi juicio, una de las consecuencias de las telecomunicaciones que más están revolucionado la historia de la humanidad -- me ha permitido comunicarme con el mundo entero, desde donde quiera que mis traqueteados zapatos me estén llevando.
Lo que escribía yo de tragedia y de drama fue tomando tonos de comedia y de entretenimiento, basados en anécdotas y episodios chuscos y triviales de mi vida cotidiana. La música que tocaba yo en la armónica y que cantaba acompañándome de la guitarra, empezó a sonar más alegre y menos melancólica. Empecé a disfrutar de la vida a mi manera, enfrentando críticas de muchas voces que me decían que me dejara yo de esas tonterías (no comprendían que yo pudiera precisamente necesitar hacer esas “tonterías”), que hiciera algo de provecho con mi vida, y que la tomara en serio, desarrollando al máximo los dones que la vida me había dado.
Pero, me fui cuestionando: ¿Cuáles son realmente los dones que hay que desarrollar? ¿Cuál es la forma correcta de vivir? ¿Qué debe uno hacer con su vida, que valga la pena? ¿Qué será lo que me permita vivir más en equilibrio y armonía con la Naturaleza?
Salvamento
Qué bueno que seguí los dictados de mi propio ser interior y que fui encontrando mi respuesta a esa pregunta. Que nadie intente tomar esto como recomendación; cada quien tendrá que buscar y encontrar su propio camino.
Pienso que mi vida ha sido una serie de muchas épocas: las ha habido unas que me fueron pareciendo mejores y otras que fueron resultando algo peores. Pero todas y cada una, algo me fueron enseñando y han contribuido a lo que ahora soy – y a cómo ahora me siento conmigo mismo. Cada una ha sido diferente. Cada una ha tenido sus circunstancias, sus reglas, su estilo, sus necesidades, sus gustos, sus premios y recompensas, sus “crímenes” y sus “castigos”, sus momentos buenos y sus otros momentos que no lo fueron tanto. En retrospectiva, en esta noche de Luna de Octubre en el DF, recordando mi niñez y sintiéndome como en Noche de Luna en Xalapa, así como la he relatado es como me ha parecido mi vida hasta ahora.
Mi época actual, a los 66 años de edad, viajando ocasionalmente a visitar a amistades y familiares, o yendo de paseo, y viviendo en mi pequeño departamento, atendiéndome yo mismo en cuanto a compras de súper, preparación de alimentos, mantenimiento y limpieza, llevando una vida sencilla, como si estuviera de campamento en el bosque (pero claro que con muchas más comodidades), acompañado de mi armónica, guitarra, libros, mapas y brújula, “haciéndole al cuento y al relato” mientras escucho música clásica en el radio de FM, me está pareciendo sensacional.
Pienso que, finalmente, ése va siendo mi gran triunfo en esta vida: el que voy logrando en cuanto a mis pensamientos y actitudes, sobre mí mismo.
William K. Boone Canovas Coyoacán, México, D.F. Lunes 9 de Luna de Octubre de 2006
—William 18:58 13 ene 2008 (UTC)